Adam Savage explora dos espectaculares ejemplos de profundos descubrimientos científicos que tuvieron su origen en métodos sencillos y creativos que cualquiera podría haber hecho: el cálculo de Eratóstenes de la circunferencia de la Tierra alrededor del año 200 AC y la medición de Hippolyte Fizeau de la velocidad de la luz en 1849.